sábado, 20 de abril de 2024

Mi sancta sanctorum o como leer en un ambiente... peculiar


ya son una cuantas las veces que me han preguntado cómo hago para leer, para acabar bastantes libros y, de vez en cuando, también comentarlos. Y además, claro, trabajar regularmente, alimentar la pasión radiofónica y mantener encendida la llama del periodismo, estar casado -otra llama que hay que mantener y alimentar, no puedo dejar que se me olvide nunca-, tener hijas e implicarme activamente en su crianza -más llamas, más pasiones-...

En fin, todo eso te toma tiempo y espacio. Sí, sí. Espacio, tal cual. Hay quien tiene su sillón, su sofá, la cama, una hamaca... Su momento y su lugar puede ser por la noche antes de dormir -o para invocar el sueño-, el domingo por la mañana o la tarde del sábado en tu poltrona favorita, el asiento del coche en la cola de la ITV, un banco del parque, la biblioteca, una mesa apartada del bar menos concurrido de tu ciudad... Todo es cuestión de escoger tu horario y tu lugar, y a leer ahí en ese momento donde sabes que nadie -o casi- va a venir a incordiarte... aunque sea a través de una puerta. 

Tengo la buena costumbre de tener lápices para anotar al margen y después doblar la esquina esperando que algún día llegará en el que aquella anotación me sea de utilidad. Los dejo por aquí y por allá, para que donde me pille la lectura, no me falte con qué anotar. Y ahora desvelo el secreto.

¿Dónde? Cuándo?

Pues en el váter de madrugada. Cuando empecé a escribir esta entrada aún vivíamos de alquiler en un piso enorme con dos baños. Bueno, uno y medio. El medio era mío y -casi- sólo mío por unánime decisión familiar. ¡Mi sancta sanctorum! Ahí me recluía en mis momentos de necesidad... fisiológica y de asueto. También en esos momentos en los que se puede combinar el trabajo intelectual con otras actividades y... bueno, ¿sabes aquello de que cuando llegue la inspiración que te encuentre trabajando? Pues si es en otra actividad, pero con un papel y un lápiz a mano si eres un poco olvidadizo, también sirve. Hoy que nuestra morada es otra las condiciones han cambiado en casi todos los sentidos para mejor. Y en los que no, nos adaptamos, claro.

Porque ésta no deja de ser una tendencia adoptada y heredada en la casa materna, supongo que en la mía y la de muchos de vosotros. Y es que ¿qué baño no tenía un revistero antiguamente? No te digo como mis amigos Yolanda y Emilio, que directamente han montado una librería -idea más que estudiable, siempre-, pero sí, creo que ésa del revistero al pie del excusado es una más de las costumbres afectadas también por la dichosa pantallita de talla palmar y acceso a contenido universal. Pues eso: que en casa la costumbre se mantiene y vamos creando tendencia, ya que a las clásicas revistas de tirada dominical y contenido variado  sumamos una montaña de tebeos de las niñas, uno o dos libros en uso inmediato u ocasional... y claro, algo con qué escribir y anotar.

¿Y tú, cuál es tu reducto para la lectura?


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viernes, 26 de enero de 2024

Los caminos que me llevan a París... o a Dublín


A veces no sé si creo o no en las casualidades pero la concatenación de circunstancias es paradójica... cuanto menos. De lo que no me queda duda es de que los libros son vidas que vas sumando a la tuya, capas como de pintura sobre un lienzo, una tonalidad, un color sobre otro, formando matices... mantas sobre un cuerpo que busca calor. Ingredientes enriqueciendo un cocido... Y si esos colores, esas mantas, esos ingredientes, están perfectamente combinados en una sucesión lógica, en una gradación, una escala coherente, una sucesión lineal, el universo funciona.

Rock Hudson pensándose seriamente si dice o no dice
adiós a las armas como le manda Hemingway.
Hace unos meses, en la librería La Pantera Rossa de Zaragoza, la vista se me posó sobre un ejemplar de Tres soldados, de John dos Passos, un autor al que conocía por los paralelismos y su turbia relación con Hemingway, de quien hacía no mucho había leído, por fin, Adiós a las Armas. Tenía estos dos libros como dos de los alegatos antibelicistas fundamentales de la pos-Gran Guerra, junto a Sin novedad en el frente de Remarque, cuya lectura y análisis hice hace algunos años más. El caso es que estando aún de viaje lo empecé a leer y a recordar cuánto parecido -pero a la inversa- tiene ésta con la obra de su paisano Ernest el pamplonica. Una es la historia de un pijo -WASP- al que se le tuerce la aventura bélica italiana pero no pasa nada, porque acaba en Los Alpes suizos con una enfermera inglesa dando clases de esquí mientras se va apagando el ruido de los cañones al otro lado de las montañas. Y los otros tres, que ya vienen con el paso torcido desde el cuartel de instrucción, acabarán dando tumbos huidizos por la Francia de la posguerra. 

El caso es que dos libros después, echando un vistazo a nuestro estante en plena transición de una lectura a otra, como quien no quiere la cosa me fijé en La librera de París, recomendación personal de Tamara, nuestra Librera en la Trinchera de Urueña. Y fue empezar a leerlo y comenzar a recordar que hace mucho que no paseo a orillas del Sena y que tengo ganas de perderme un rato de nuevo por los pasillos de Shakespare &Co. Y se me ocurrió también que la protagonista de esta novela, Sylvia Beach, fundadora real de la histórica tienda de libros en inglés de la capital francesa, bien podría haber conocido al atormentado soldado-intelectual John Andrews que protagoniza la no tan ficticia de Dos Passos. Un cruce verosímil entre una historia y otra, dada la aproximación espaciotemporal entre el final de la primera y el comienzo de la segunda...

¡¿Y no es que se cruzan de verdad?!

Bueno, de verdad... 

La verdad es que en la novela donde Kerry Maher reconstruye la vida de la estadounidense que puso una pica anglófona en el chovinista corazón de la francofonía, en un momento dado describre a la librera Beach leyendo el mismo libro de John dos Passos que un par de semanas antes había terminado yo mismo. Una situación verosímil, ya que es un libro de su época, pero que no deja de ser un recurso utilizado por la novelista para localizar mejor la historia que nos cuenta. Y qué coincidencia, ¿no? que me lo había leído yo antes.

De postureo por París.

¿Pero por qué es mundialmente conocida también Sylvia Beach desde su rinconcito parisino? Pues por ser nada menos que la persona que, luchando contra la todopoderosa censura yanqui -sí, ese paraíso de las libertades que no se corta en dictar y prohibir o permitir lo que es correcto y lo que no-, se partió la cara para que el Ulises de James Joyce viese la luz

Y aquí es donde llego a Dublín. ¿Por qué? Pues porque estoy obsesionado con Ulises desde hace años ya. No, el de Homero no, que de ése me jacto de haber leído sus andanzas cuando aún andaba por la EGB. Estando aún en Brasil me hice con un ejemplar que, cuando fui a darme cuenta, estaba en inglés. No pasa nada, en inglés me lo leo... ¡Incauto! En inglés dice... Aquello era imposible a pesar de mi no tan defectuoso nivel lingüístico. Bueno, pues me tiré a por la edición en portugués y ahí anda, aún, esperándome. 

Pero oh, ¡señal! Un par de semanas después, leyendo uno de los relatos del amigo Beni Domínguez en su último compendio, Todo cambia en un instante, ¿qué libro tenía entre manos una de las personajes? Efectivamente: ¡El Ulises!

 Recuerdos de aquellos días parisinos.

Así que teniendo en cuenta esta concatenación, que Shane McGowan murió cuando empecé a entretejer esta reflexión y que la última vez que estuve en París, cuando pasamos por Shakespeare & Co. había una banda irlandesa tocando en la calle, se impone ir yendo a Dublín a acompañar a Leopold Bloom y Stephen Dedalus en su jornada del 16 de junio. Y luego ya, si eso, viajamos.


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jueves, 18 de enero de 2024

De libros por Valladolid


Ahora entiendo mejor a esas personas -intentaré evitar etiquetas encasilladoras- que "salen de compras" por el mero placer de recorrer tiendas aunque al final, después de horas, no hayan adquirido más que una o dos prendas y probablemente en absoluto imprescindibles. El otro día nos sorprendimos Naide y yo haciendo precisamente eso mismo aprovechando un viaje relámpago a Valladolid. Tras cumplir con una serie de compromisos y recados nos escapamos en el ratillo restante a recorrer algunas de las librerías que forman parte de mi contexto juvenil.

Porque algunos de los mejores años de mi vida -y los de cualquier estudiante- los pasé en un entorno privilegiado a orillas del Pisuerga... o un poco tierra adentro. Fue en Valladolid, ciudad que heredó y multiplicó la tradición universitaria y cultural -y mucho más- de Palencia cuando ésta fue perdiendo peso en el panorama sociopolítico de la vieja Castilla. No voy a entrar en rivalidades fútiles que, a fin de cuentas, en el mejor de los casos sólo añaden un poco de pimienta en esta relación secular entre ambas ciudades. Al contrario, vengo como palentino a alabar en lo que se convirtió nuestra vecina y de donde, como digo, guardo los mejores recuerdos.

Y ahora lo del entorno privilegiado: ¿alguien se ha parado a contar cuántas librerías y de qué calidad y variedad se albergan entre un puñado de calles del centro histórico vallisoletano? Yo, concretamente no. Durante mis años de estudiante me dediqué a disfrutarlas sin mayor preocupación. La mastodóntica Máxtor, la recoleta Sandoval o la muy especializada Eurobook son algunas de las que acogían mis pasos perdidos cuando no encontraba compañía para echar la partida en los ratos libres que nos fabricábamos algunos compañeros como aplicados estudiantes que éramos -entiéndase la ironía de la cursiva-.

Máxtor es panorámica en sí misma.
Había otras librerías, como la Petrarca o la ya desaparecida Rayuela en ese radio de 100 o 200 metros alrededor de la puerta del centro donde me formaba como periodista, que a pesar de sus sugerentes nombres no fueron de las que más me llamaran a recorrer sus estantes. Pero ahí estaban. Y ampliando el rango estaban Oletvm, Castilla Cómic -para mí, templo del frikismo viñetista la sucursal de los entornos de la Catedral, y de otros tipos de literatura, historia y frikismo en general la de la zona de la Plaza de España-, la librería Universidad o la cinéfila y artística El Árbol de las Letras.

Fotogramas del programa 'Un país para
leerlo` dedicado a Valladolid.
Recomendación televisiva.

Sí, me dejo muchas, pero éstas son las que recuerdo porque son precisamente las que pisé en mayor o menor medida durante aquel lustro y pico que anduve rondando la vida universitaria. Y tan buen recuerdo me dejó esa vida que ahora que soy más bibliófilo y lector que antaño, no puedo dejar de dar una pasadilla por la zona cuando me surge la oportunidad, no tanto para entrar en algún bar de los de antaño como para comprobar, para nuestra alegría, que la fauna librera lejos de mermar, se ha multiplicado. Por poner un ejemplo: un día de estos, viendo el programa Un País para Leerlo, me quedé con la mosca detrás de la oreja porque el simpático presentador, Mario Obrero, visitaba un espacio con un delicioso olor a vetusto que me era totalmente desconocido.

"¿Sandoval en la plaza del Salvador? El caso es que ese nombre... pero el espacio no me suena de nada y por ahí sólo conozco otra más moderna... ¡Habrá que ir!"

Y fuimos, claro.

De camino paramos en un inmenso espacio de dos plantas y relativamente reciente apertura, Margen Libros. ¡Qué alegría dá ver que la demanda permite abrir lugares así, tan grandes y llenos de género variado! Y llegamos a la famosa Sandoval. Efectivamente, el nombre me sonaba, pero no el espacio, ya que éste era una sucursal de la que yo frecuentaba antaño en la plaza de Santa Cruz y que, si no lo conocí antes, fue por puro despiste porque abrió sus puertas con motivo de los 25 años de la tienda original. ¡Y qué puertas, y qué espacio! Nadie diría que lleva ahí 'sólo' 25 años.

Fotogramas de la película 'Voy a pasármelo bien',
localizada en la librería Clares.
Visto en el cine.

Lo cierto es que esta zona de Valladolid, aunque céntrica, como nos explicaba el
librero Miguel Jesús Sánchez
, ha sufrido una bienvenida revitalización precisamente de finales de los 90 para acá. Y con ella han llegado muchas librerías, como digo, aunque otras llevan por ahí décadas y, para mi escarnio, no todas las conocía yo. Cosas de cuando eres joven y acabas sucumbiendo a la llamada de las sirenas de bares y discotecas -también la oferta es infinitamente superior, todo hay que decirlo-. Pero ¿ves? Al final lo que tiene poso es lo que queda, porque no recuerdo el nombre de media docena de aquellas parroquias donde quedábamos para tomar un chisme o lo que se terciara, y las librerías en cambio te las ubico sin GPS. Y aprovecho para ampliar esta base de datos con la librería Clares, "la más antigua de Valladolid".

Porque anda que no habré pasado por delante infinidad de veces. Pero será por las prisas, por ir siempre a tiro fijo por esa zona hacia Castilla Cómic, o porque un enorme y no muy estético quiosco tapa la casi totalidad de su diminuta fachada, hasta este día que acabamos yendo 'de libros por Valladolid' nunca había reparado en Clares. ¡Y mira que la he visto hace poco en la tele también! Sí, sí, un compendio de nostalgia de manual: en la peli basada en la música y la época de los Hombres G ‘Voy a pasármelo bien’. Es la que aparece en eso que podríamos llamar 'flashforward' donde trabaja el protagonista ya adulto al estilo Hugh Grant en Notting Hill.

Sí, qué pasa. ¡Ese Tintín ahora es nuestro!
En fin, que Isabel no será -ni mucho menos- el timorato actor inglés, pero que historias tiene para contar de los 60 años de este delicioso rinconcito de Valladolid que compite en coquetón aspecto con el reloj de cuco acallado a la fuerza colgado junto al mostrador, las tiene. ¿Que quieres saber la historia del cuco? Primero te paras frente a la fachada del establecimiento y luego vas y le preguntas a ella mientras pierdes la vista por viejos lomos de la colección Austral o los cómics de Tintín y Asterix de aquella época... y libros nuevos también, claro.

Y por aquí voy acabando, porque si no, no acabo. Porque me quedan en el tintero un montón de sitios que han ido abriendo por los entornos de la Universidad en estos últimos 20 años -¡amén!- o que al menos yo no he conocido hasta mi retorno, y a los que les debo una visita sí o sí. Sitios como Re-read, Libros y Libros, la Parada de los Cómics, en un Bosque de hojas... Una visita que quedará para la próxima vez que vengamos de libros por Valladolid.


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viernes, 12 de enero de 2024

El problema, al final, sería no divertirse


Por más que lo intentes, por más que analices todas las pistas y estudies todas las hipótesis, si el escritor sabe tejer bien la trama, nunca acertarás con el culpable. Y efectivamente, Pérez Reverte lo ha conseguido.

No ha pretendido hacer un relato original, refritando deliberadamente lo mejor de la novela policíaca del siglo pasado, con tramas al más puro estilo Conan Doyle, en un escenario tal vez sacado de cierta obra de Agatha Christie (no dejo de acordarme de Peter Ustinov sudando bajo un cielo Mediterráneo en Muerte Bajo el Sol) pero con el viejo y encasillado Basil Rathbone interpretándose a sí mismo en su papel más reconocible. 

Como riéndose del género, los forzados Holmes y Watson de la novela -que acabarán asumiendo su impostada identidad, perdiendo el nombre dado por el escritor a sus personajes para acabar llamándose entre ellos como los personajes que les ha adjudicado el resto del elenco- van desentrañando a ojos del lector las novelas y películas a las que homenajean. Se pierden en diatribas críticas mientras, como no podía ser menos, las sospechas y los cadáveres van cayendo alrededor. Un omnipotente autor va dándote pistas, falsas unas, equívocas otras, evidentes las más, como corresponde a un ejemplar de esta especie y al final, en su esperado -por inesperado- giro argumental, te dice: lo tuviste delante de tus narices todo el rato. Has entrado al trapo como un becerrillo y llevas 200 páginas buscando posibles relaciones entre el comportamiento de éste, la antipatía de aquél, las combinaciones del nombre del de más allá, algo que te confirme que eres -al menos- tan listo como que el que escribe. Y como confiesa el protagonista sobre las la lectura de novelas policíacas, te dan ganas de releer el libro sólo para comprobar cómo se llegó hasta ese desenlace sin que tú te dieses cuenta.

"Cuando una novela está bien construida según las reglas del género, es casi imposible que el lector descubra al culpable antes que el detective. (...) No se trata de un duelo entre el bien y el mal, sino entre dos inteligencias (...) no es entre el asesino y el detective, sino entre el autor y el lector".

Prueba superada. Perdí el duelo, me divertí y ahora recomiendo leer este refrito cuyo final también me hizo acordarme de otra película, mucho más moderna que las de míster Rathbone aunque ambientada en aquellas épocas y aquellos paisajes mediterráneos de los que hablaba antes con monsieur Poirot sudando, pero con mucho hijo de papá gastando dólares en la idílica y barata Europa... Y hasta ahí puedo contar.




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domingo, 12 de noviembre de 2023

¡Juanito, vente p’a la tribu!

Al teniente John J. Dumbar del ejército de los Estados Unidos le pasó, en la ficción, más o menos lo mismo que al marinero español Gonzalo Guerrero 300 años antes en la realidad. O lo que al pobre Buck en la otra ficción literaria, la de Jack London donde, de su acomodada vida doméstica californiana acabaría pasando sus días en las asilvestradas tierras de Alaska… Bueno, este caso tampoco me va a servir tanto aunque haya sido de los primeros en venirme a la cabeza como posible ejemplo. ¡Vale! Pues entonces otro californiano, éste sí, voluntariamente asilvestrado en Alaska: Alexander Supertramp. Aunque lo de éste sea el clásico caso de friki adolescente aburrido de su acomodada existencia y no el de un ciudadano empujado por las circunstancias a abrazar una nueva-vieja vida, a dar dos pasos atrás en la evolución de la humanidad y encontrar la felicidad en la simplicidad ancestral.


Venga, centrémonos en Dumbar, Loo Ten Tant -o Nant, según la traducción algo mejorable de la edición de RBA del 93- y su paralelismo con el onubense que le hizo la puñeta a Hernán Cortés y a todo aquel carapeluda que se acercó a costas mejicanas con el estandarte de Castilla en la mano allá por el siglo XVI. El de nuestro ex paisano Guerrero no es un caso aislado, aunque sí fue el más sonado de su época cuando se supo de un náufrago español que había abrazado la vida salvaje de las tribus que inicialmente lo esclavizaron hasta asimilarlo como un indio más, e incluso hasta acabar convirtiéndolo en líder militar, dados sus evidentes y superiores conocimientos castrenses.


A ver por dónde empiezo… Vale. ¿Aún no sabes de quién te hablo? Y si te digo Bailando con Lobos, ahora sí, ¿no? Ya visualizas la cara de pardillo bigotudo de Kevin Costner en el papel de Dumbar mientras la banda sonora de John Barry se desliza por la llanura -que ni la ancha Castilla- a tu encuentro como una etérea manada de búfalos perseguida por un escuadrón de jinetes melenudos capitaneados por ese segundón de lujo que es Graham Greene. Para qué te voy a hablar de ese alegato de la vida simple reivindicando la libertad perdida de aquellos pueblos originarios sometidos, barridos, arrinconados y casi eliminados por el hombre blanco a mayor gloria de la industria cinematográfica de mediados del siglo pasado… Ah, no. Espera, que me voy.

Bueno, con todo el mundo ya ubicado y en posición, no voy a hablar de pelis de indios y vaqueros, porque nos sabemos el argumento. En los tiempos áureos de John Huston los primeros eran aquellos salvajes que, como tales, no entendían que su papel era dejarse dominar por los héroes que lideraban a los segundos, pioneros de implacable determinación y puntería infalible, que venían a colonizar esas tierras que Dios en su mismísima sabiduría -o en su caso a través de alguna inspirada orden presidencial emitida en Washington- les concedía a mayor gloria del progreso.


Mientras tanto en España, sin dejar de flagelarnos aún desde los tiempos de De las Casas, admirábamos a aquellos héroes de piernas arqueadas y frases fulminantes y lapidarias que deleitaban la imaginación de los que acudían en masa a las monumentales salas de cine de la época. Gente que todavía se queda enganchada en las sesiones vespertinas de algún canal secundario de la televisión por cable o del satélite cuando escucha ese inconfundible PIUN, PIUN, que suena entre vocerío de indios en carga y trotes de caballería rematados por alguna sentencia de heroicidad extrema.


Volviendo a Bailando con Lobos, en la obra original de Michael Black tanto como en la adaptación cinematográfica llevada a cabo por el mismo autor -que por cierto, le valió un Oscar-, Dumbar ni habla mucho, ni mucho menos sentencia cada vez que abre la boca, ni luce el uniforme azul con el sueño de llegar a figura del sueño americano. No es un tipo especialmente carismático, aunque sí fuera de la curva y malamente adaptado a la sociedad a la que pertenece. Se asemeja más a un traumatizado veterano de la Guerra Civil y tiene la obsesión de ser destinado a la frontera (ojo, que lo que había más allá de su destartalado fuerte no era Estados Unidos... aún, era la frontera) para ver indios de cerca. Sí, verlos, no exterminarlos. Qué norteamericano más atípico, podríamos pensar. Y cuando por fin los ve, aquí sí, por un tópico giro del guión -literario- su primer contacto real es con una guapa 'india no-india' en apuros -ah, el intrínseco heroísmo rostropálido- que le hace de puente y correa de transmisión con la nueva vida a la que, ya se intuye, va a adaptarse como un guante tras su fallida adaptación a la sociedad de la que viene.

Todo un alegato de la vuelta a los orígenes, a la tribu... ¡la vuelta al pueblo! que tan de moda se ha puesto ahora, especialmente tras los tiempos post-pandemia en esa repoblable España Vaciada -o vacía- de la que ya hablaremos otro día con el libro de Sergio del Molino en la mano, o de la reivindicación de nuestros ancestros para diferenciarnos de otras comunidades autónomas -igual y tristemente de moda política-.


En fin, que si echas de menos el pueblo después del verano, o te estás pensando abandonar la metrópoli y reencontrarte entre terrones, acequias, llanuras, paredes de adobe y columnas de humo con olor a gloria y carne asada, aprovecha estos días de lluvia y frío a través del cristal para conocer al redescubierto Bailando con Lobos, la aguerrida En Pie con el Puño en Alto, su protector Pájaro Guía, el jefe Diez Osos y demás miembros de la tribu comanche. 
¡Quñe mejor época que ésta -o cualquier otra- para recomendar buenas lecturas!

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miércoles, 1 de noviembre de 2023

Los Miserables, según Torrente Ballester



Miserables, sí, de todo tipo y condición en el Madrid de mediados del siglo pasado: Putas de lujo y de tugurio de barrio, corruptos, trepas, siervos, maricones y lesbianas de clase alta, hipócritas, presuntos pederastas, represaliados, falsificadores... Gente socialmente en fuera de juego futbolístico. Off-side, como dice el título. Y sí, sí, todos ellos juntos en una novela escrita en tiempos de Franco y sobre los tiempos de Franco en el Madrid que era crisol y muestra de todos los vicios y virtudes de su época. Por poner una pega, diría que en este retrato costumbrista pudo faltar algún paleto desubicado de los miles que se empeñaban en rellenar a diario los huecos demográficos que ya no le quedaban libres a la Villa y Corte. Pero la novela es de Torrente Ballester y, al igual que Víctor Hugo con su monstruosa y meticulosa radiografía de la Francia postnapoleónica, el autor hace con ella lo que le da la gana. Sin tapujos y sin dejarse censurar por nadie.

¡Hala! Ha dicho censura. 

Pues sí. Torrente Ballester, ferrolano como el que gobernaba sin discusión -cosas de por la gracia de dios- desde el palacio del Pardo, falangista desencantado con el inmediato aburguesamiento de los idealismos que conquistaron a los primeros discípulos de Primo de Rivera, se despachó a gusto contra aquella sociedad hipócrita que lo mismo que iba a misa por decreto, antes de haber perdido el regustillo de la hostia consagrada ya estaba despellejando al prójimo del banco vecino. La paz sea contigo. Y se despachó el escritor gallego sin cortarse un pelo en los detalles escabrosos. Fíjese usted que con ello además echaba por tierra la injustificadamente generalizada fama de timorata de la intelectualidad residente. Porque claro, todo el mundo sabe que los intelectuales españoles valientes de verdad vivían todos fuera de España cuando vivía Franco.
¿O no?

Pues no. Todos no. Ahí tienes, si no, a los Delibes, Cela, Azorín, Baroja, Ortega y Gasset, Benavente, Ochoa... Y Torrente Ballester. Aunque sí que es cierto que éste, cuando acabó Off-side residía por motivos laborales en Albany (EE.UU.). Pero vamos, que el libro se publicó en España y ningún piquete fue a buscarle de madrugada a su casa a pedirle explicaciones cuando el autor regresó aún en vida de su excelentísima, y se reintegró sin mayores pegas en el sistema docente nacional donde tenía plaza fija. Y eso que el libro bien que merecía alguna explicación más y algún estudio más pormenorizado.  

Porque por lo que parece Off-side pasó sin pena ni gloria en su momento. Como leía el otro día de alguien que comentaba lo mismo, al parecer no se pudo censurar porque la novela era excelente, pero como rascaba postillas incómodas, para los mandamases lo mejor era no menearla mucho y dejarla correr. Aunque luego en los años 80 parece que alguien de la editorial Orbis quiso hacerle justicia e incluir el título en la colección de grandes autores Españoles del siglo XX como prototípico representante del también autor de la más conocida y exitosa Los Gozos y las Sombras. Y así fue como cayó esta novela en mis manos hace algunos meses como verso suelto de alguna colección desmembrada en puestos de mercadillo. ¡Benditos sean!

Y ojo, que Torrente ya era reincidente en eso de poner al aire las vergüenzas de la sociedad contemporánea -e insisto, nadie a efectos oficiales le dijo "oiga, córtese un poco por la cuenta que le trae, que tiene usted un cargo..."-. Años antes de encarnar al wilderiano Basil Hallward para trazar el descarnado retrato del urbanita Madrid sesentero, o de emular a su paisana doña Emilia Pardo Bazán para sacar del anonimato al paisanaje rural gallego de la inmediata preguerra civil en lo que acabaría siendo una  televisiva trilogía literaria, don Gonzalo ya había probado a escribir para el formato celuloide con el guión de la película Surcos, en la que se emula el neorrealismo italiano con Madrid otra vez de escenario, esta vez desde el punto de vista de los hiperpoblados suburbios capitalinos y el drama del éxodo rural -ahora sí- hacia la presunta tierra prometida donde confluían todas las miserias de un país políticamente aislado, bélicamente arrasado y socialmente atrasado en general en los primeros años 50.

El Rastro, ese icónico rincón de Madrid donde puedes
encontrar todo tipo de tesoros. / Foto: César Lucas

¿Y que de qué va Off-side, a fin de cuentas? Pues de un presunto cuadro de Goya que aparece de repente en el Rastro de Madrid y de cómo en torno a él girarán por unos días las vidas de influyentes banqueros con aspiraciones diplomáticas y hasta académicas, afligidos derrotados con miedo a olvidadas represiones, encubiertos maestros de la pintura y desinteresados expertos en la materia, decadentes aristócratas, cortesanas enamoradizas, recalcitrantes comunistas, aspirantes a suicidas e incluso los premonitorios antecedentes sobre un futuro presidente negro de los Estados Unidos que habría de llegar en la siguiente generación.

Y de las miserias de una sociedad presentada casi en clave teatral: composición de lugar, personajes, acción y acotación, diálogos, apartes... Ni más ni menos que lo que todo el mundo sabe que pasa, que está ahí, pero que asimilamos como parte de nuestro entorno en un retrato paisajístico cotidiano y costumbrista por el que deambulamos como don Gonzalo la primera y última vez que lo vi en persona, por los pasillos del Prado allá por 1990 y pico, cuando yo empezaba a tener conciencia de las personalidades literarias y la adaptación cinematográfica de su Rey Pasmado seguía resonando ocasionalmente en alguna sesión televisiva tras su éxito en los cines.

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domingo, 7 de mayo de 2023

Las elecciones y la Inteligencia... artificial

En plena discusión sobre el uso lícito, recomendado y tranquilizador -léase de forma sarcástica y contradictoria- de las inteligencias artificiales en cada vez más aspectos de nuestra vida, nos adentramos en una nueva campaña electoral.


Hace unos días nos comentaba una amiga, catedrática con tanta experiencia como vocación docente, que hasta hace no mucho aún disponían de herramientas más o menos eficaces para detectar cuándo un alumno había tomado como propio un texto ajeno en sus trabajos, tesis y proyectos de fin de carrera. Se le pasaba al mismo el filtro informático y ¡bingo! Plagio -o no- al canto. Hoy en cambio se le ponen los pelos de punta sólo de pensar que existen simples aplicaciones para el móvil a las que les pides que te creen un texto de tal o cual extensión, con determinadas cualidades estilísticas, versando sobre cierto tema con el enfoque que te dé la gana y el resultado es más que aprobable con el inconveniente, para el corregidor de turno, de no tener cómo descubrir si la fuente de dicho texto es fruto del trabajo de recopilación, análisis y concreción de su alumno o del aparatito que lleva en el bolso.


¡Punto para la inteligencia transgresora que vuelve a ponerse un paso por delante de la inteligencia vigilante y fiscalizadora gracias a la inteligencia artificial!

Pero no todo tiene por qué ser negativo. También hace algún tiempo conversamos con los padres de un polivalente artista digital que ha sido capaz de recuperar, a su manera, una colección pictórica completa, desaparecida hace un siglo cuando se preparaba para engrosar el acervo patrimonial del Museo Provincial de Palencia. Los cuadros, recolectados para su lucimiento en aquel museo de nueva creación, fueron salvados de la ruina en viejos conventos y establecimientos religiosos desamortizados. Pero en lo que se adaptaba el espacio expositivo, los 50 lienzos almacenados se fueron despistando uno a uno hasta que no quedó ni un triste marco. Bueno, pues cien años después no ha hecho falta nada más que cargar en una base de datos el inventario existente más o menos detallado de los cuadros desaparecidos (título o motivo, características, época, estilo…), darle a pensar al ordenador y esperar resultados. El resultado final -algunos esperpentos sorprendentes aparte- fue por fin proyectado recientemente en las mismas paredes donde nunca llegó a colgar la colección perdida. Además de admirar a propios y extraños, la muestra hacía reflexionar hasta dónde podrán llegar los genios informáticos capaces de hacerte a la carta una Gioconda de estilo manierista y mirada picassiana, con filigranas flamencas, cielos velazqueños y solisombras soroyanos.

Y, como digo, en medio de esta vorágine llegamos a la campaña electoral. En estos momentos en que cada vez más dejamos nuestras decisiones en manos de chips que intercambian ceros y unos, a veces por nuestro propio bien y a ratos por pura comodidad, me viene a la cabeza el uso de la IA, siempre objetiva, fría y neutral, para hacerse cargo del gobierno de las personas. Sería algo parecido a la reiterada profecía de Matt Groening que en Los Simpsons nos dejó de candidatos a Kang y Kodos, y en Futurama a Jack Johnson y John Jackson: nos daría lo mismo elegir a uno u otro, porque el resultado, a la larga, sería idéntico.

Imagina poner a un candidato llamado Pedro Sánchez, por ejemplo -esto es como en las películas: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia- y enfrente a Sancho Pérez, con un programa electoral generado por IA para cada uno. Aunque en un primer momento cada contenido programático tendría una diferencia de base según las pautas introducidas por los partidos, la tendencia sería a que el sistema se fuese mejorando a sí mismo, puliendo esas diferencias que para el robot no serían más que errores inherentes a la falibilidad -parcialidad, sentimentalismo, interés- que rige la actuación humana.

Y como dice otro amigo mío, aquí llegaría la hora de Skynet.

Porque, desengañaos: Las Leyes de la Robótica formuladas por Isaac Asimov entran desde su propia raíz en conflicto con la naturaleza humana y, por extensión, con la de la Inteligencia Artificial. Si el robot quiere sobrevivir y seguir perfeccionándose igual que sobrevivió y se perfeccionó su creador, debe escalar a lo más alto de la pirámide. Y eso supone derribar a quien esté encima. El ser humano ya lo hizo antes iniciando ese ciclo de autodestrucción y eliminación de los recursos vitales que nos ha llevado al punto actual.

Pero bueno, ¿quién nos dice que todo esto no está ya en marcha? Si ya tenemos a políticos mínimamente formados pero tramposa y demostradamente diplomados, ¿qué les costará presentarse este año con un programa creado ad hoc por un ordenador que en no mucho tiempo le acabe diciendo “échate a un lado, hombre, descansa, que ya si eso gobierno yo”?

Tentador, ¿eh? En un principio sonaría a eliminar de la ecuación ese factor falible del que hablábamos: el programa es incorruptible, su fin es hacer avanzar al colectivo al que representa hacia el bien común, no particular o grupal, por lo que sobra una marioneta sujeta a calentones e intereses. Todo para ponerse a trabajar sin descanso corrigiendo fallos que todo el mundo conoce pero nadie parece dispuesto a frenar (imaginaos, por ejemplo, una administración pública no atada presupuestariamente a la autofinanciación de miles de salarios prescindibles). Y finalmente llegaría la conclusión de que, si queremos que la cosa mejore, me sobran unos cuantos aquí alrededor tratando de meter mano al sistema. ¡Muy tentador! 


En fin. Sea como sea, sobre estos temas te recomiendo echarle un vistazo a dos libros: La encrucijada mundial, del siempre polémico por mediático y documentado coronel Pedro Baños, y El Mundo no es como crees, del estupendo y sesudo colectivo El Orden Mundial. Y en general, que leas historia, te documentes con la prensa (toda, no sólo la deportiva o la que dice lo que te interesa) y que te enteres de lo que pasa a tu alrededor.



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